El último café
A usted puede pasarle, como a otros, tal vez en Buenos Aires, en París o en otras ciudades.
Entra a un café. El filo de la medianoche divide el tiempo. Al otro lado de los grandes ventanales caminan los seres de la noche, lejanos, misteriosos, pintados por las luces de la calle como sombras fugaces.
Por fin llega ella. Se sienta con un mohín, lo mira y dice:
—Me pedís un café.
Y usted sabe que allí empieza el drama que imaginaba, como un destello premonitorio, desde que percibió en ella algo, difuso, raro.
En otro momento, en ese mismo café, había poesía, fe y se podía adivinar afuera el resplandor de un nuevo día, anunciando esperanza.