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¡Así comenzó… !

Sucedió una tarde de mayo. Habían concluido las clases y, sin proponérselo, Rafael se apartó de sus compañeros con quienes iba a los dormitorios, y se dispuso a atravesar el largo pabellón administrativo del Colegio Militar. Por lo general, los cadetes ingresaban a ese edificio sólo para ocuparse de algún trámite o, lo que era más raro aún, cuando los llamaban por algún asunto no siempre grato. El ambiente rezumaba la frialdad de la organización y limpieza de los antros burocráticos muy vigilados. Varias oficinas estaban ya cerradas y, en las abiertas, el personal civil se preparaba para irse.

De pronto, un cartel exhibido en una vitrina atrajo su atención: en grandes letras anunciaba un concurso interescolar de composición literaria. Lo convocaba el Club de Leones de Lima, con el auspicio del Ministerio de Educación. En letras más pequeñas se indicaba el tema: ¿Cuál es mi vocación y cómo pienso realizarla? Cada trabajo debía tener no menos de diez páginas ni más de treinta, a máquina, y ser presentado a más tardar el 31 de agosto. El premio consistía en mil soles, una suma equivalente a más del triple de la pensión mensual de los cadetes pagantes.

Dos noches después, mientras esperaba el sueño, Rafael recordó el aviso y lo asaltó una suerte de curiosidad. Se preguntó si alguno de sus compañeros lo habría visto. A las tres de la tarde del sábado siguiente salió con sus condiscípulos del colegio.

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